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Manuel Hidalgo

Nos disponemos a ver un telediario. El más tonto del lugar sabe que en el mapa del mundo están clavadas por doquier banderitas rojas que señalizan guerras, graves conflictos y problemas, procesos inciertos, derivas inquietantes, mutaciones peligrosas, crisis cruciales. El planeta entero está viviendo una gran transformación, que es histórica e inédita por los agentes científicos, tecnológicos, culturales, económicos, ideológicos, sociales y morales concurrentes.

No es seguro, ni mucho menos, que todo ese cambio sea definitivamente para peor, pues nada es definitivo según sabemos. Puede ser un cambio circunstancial en lo más negativo, un largo momento de barullo y desconcierto, de daños y perjuicios, al que, tal vez, le siga, como ya antes ocurrió, la aparición de nuevas vías de luz, de sosiego, de sentido y de mejora.

De hecho, cada día, entre todos los agentes antes mencionados no son pocos los que producen hallazgos, ejemplos y modelos muy positivos y esperanzadores.

Nos disponemos a ver un telediario, decía. Y, después del adelanto obligado de un par de noticias en verdad relevantes, se nos arroja una paletada de titulares sobre sucesos mórbidos -crímenes, abusos, acosos, accidentes, fiestas bárbaras, delitos sexuales y otras historias del horror cotidiano- que nos transmiten lo peor del comportamiento humano y que, a todas luces, tienen como objetivo evitar que nos despeguemos del televisor: ahora tenemos que hablar, qué remedio, de algunos asuntos importantes, pero no se vayan, que enseguida les vamos a echar su ración de carnaza.

Esto implica un tremendo desprecio a la sensibilidad y a la inteligencia crítica de los espectadores. Pero todavía es peor: los espectadores, en infernal círculo vicioso, están esperando esa clase de noticias con mayor curiosidad que las en verdad importantes, según parecen confirmar los estudios de audiencia que aconsejan incluir esos contenidos. Y, entrando de lleno en lo insoportable, no son, al parecer, las televisiones quienes desprecian a los espectadores, sino que somos los que soltamos estas monsergas, quienes les estamos despreciando, pues si llegamos a calificar de basura -también fuera de los informativos- lo que esas televisiones ofrecen, estamos llamando basura a los millones de espectadores que las consumen.

 

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